La derecha democrática y la historia mexicana.

Lorenzo Meyer
La Epopeya es de Quien la Trabaja.- La historia no es el fuerte de Vicente Fox ni del foxismo, quizá por ello les falta definir su relación con el largo y complejo pasado del país que han empezado a gobernar. Es en la interpretación de ese proceso donde se encuentra una de las claves de su autodefinición política. Hasta hoy, la carencia de una visión coherente del pasado no parece haber sido algo que echen de menos quienes derrotaron al PRI en el 2000, ¡pues a los ganadores no se le ocurrió que su triunfo requería de una épica que fuera más allá de su propia biografía!. Sin embargo, todo partido que desee construir un proyecto de futuro legítimo y creíble, necesita insertarse históricamente en la sociedad de la que procede. Sir Winston Churchill sabía bien lo anterior, de ahí que él combinara magistralmente su papel de estadista con el de historiador –una de sus muchas obras, La segunda guerra mundial, le valió el premio Nobel de literatura (1953).
La epopeya o épica es la narrativa larga que celebra los episodios de la tradición heroica de un pueblo, y todo pueblo requiere de una. En México, ha sido la izquierda la que más profundamente se ha identificado con esa tradición; en contraste, la derecha es la que menos se ha inclinado por hacerlo. Por su parte, el viejo régimen priísta, diseñó todo un discurso histórico para explicar y justificar su monopolio del poder. La izquierda siempre combatió esa visión, pero aceptó su esencia. En contraste, la derecha no priísta --esa que no se ha identificado ni tolerado el populismo del PRI--, ni quiso ni pudo reconocer la epopeya dominante pero tampoco logró realmente construir una alternativa. Y hoy que nuestra “democracia real” esta encabezada por la derecha no priísta –mezcla de foxismo y panismo—, resulta que necesita y le falta una interpretación de la historia propia.
En México, la épica ha sido de quien la ha trabajado. Las filas de la izquierda nunca fueron numerosas, pero en ellas siempre han tenido importancia los intelectuales, es decir, los generadores de las ideas alrededor de las cuales se ha construido nuestra nacionalidad; es por eso que la izquierda logró desde hace tiempo identificar su causa con la epopeya mexicana, y un buen y reciente ejemplo de lo anterior es el neozapatismo chiapaneco. En efecto, desde el inicio el Ejército Zapatista de Liberación Nacional reivindicó para si no sólo la herencia de Emiliano Zapata y su movimiento suriano, sino la de todos los movimientos insurgentes que en México han sido.
Al discurso del autoritarismo priísta que dominó en México a lo largo del siglo XX le faltó honestidad pero le sobró voluntad y empeño para identificarse con los momentos heroicos del desarrollo político mexicano. Así, Carlos Salinas, que por un lado puso fin a la reforma agraria, por otro, no tuvo empacho en poner su firma al prólogo de un libro sobre el zapatismo original. Y ejemplos como ese, abundan.
A la Derecha se le Olvidó la Epica.- En contraste con el esfuerzo sistemático de las izquierdas y del PRI por hacer de ciertos eventos del pasado el centro de una historia popular heroica y libertaria, para luego ligarla a sus propios proyectos, a la democracia política inaugurada por el foxsimo le falta ese elemento de lo heroico. Y no se trata de un hecho menor, pues en el imaginario popular la epopeya es el alma o esencia de la nación.
En la democracia, la oposición puede usar todas las armas políticas permitidas para cumplir a cabalidad su papel de alternativa potencial. Esa en la esencia de la lucha partidista y motor del proceso político; se trata de poner sistemáticamente en tela de juicio no sólo la capacidad del oponente, sino, además, cuestionar su orientación ideológica y la base histórica y ética de sus principios.
En la coyuntura actual, los adversarios del presidente Vicente Fox no tienen mucho espacio de maniobra para poner en duda la legitimidad de su acceso al gobierno, pues las elecciones del 2 de julio del 2000 le llenaron sus alforjas de ese elemento esencial –el mandato expreso y directo de la ciudadanía-- como nunca antes se había visto en México. Pero justamente por lo anterior, la oposición ha concentrado su ataque al foxismo en el contraste de las promesas de campaña con los resultados, pero resulta que el grupo gobernante tiene otro Talón de Aquiles: le falta la dimensión histórica de su proyecto. La bancada priísta en el Congreso y más tarde el jefe de gobierno de la Ciudad de México subrayaron este hecho al reivindicar públicamente ante el presidente Fox a Benito Juárez.
En buena medida, el foxismo es una visión muy práctica, concreta e inmediata del mundo; es la propia de un equipo dominado por empresarios o administradores de empresas. Sin embargo, para sacar adelante una tarea tan compleja como es la de modificar positivamente las estructuras, inercias y culturas del largo pasado autoritario mexicano, el actual grupo en el gobierno necesita no sólo entregar resultados positivos –crecimiento económico, combate a la pobreza, seguridad, reforma del Estado, etcétera--, sino también elaborar una visión, un proyecto de futuro nacional pero que este ligado al pasado que han hecho suyo el grueso de los mexicanos. Se trata de una gran construcción ideológica y de una gran definición.
El buen desarrollo de todo proyecto político partidista requiere de elementos intangibles --el discurso, las ideas, las imágenes, los símbolos— que en el largo batallar pueden resultar tan importantes como los elementos “duros”: organización, militantes, recursos económicos o votos, por citar los más obvios. Ahora bien, en México como en cualquier otro país y época, la propaganda política de los partidos ha echado mano de la manipulación de la historia para crear una imagen positiva, moral y heroica, de sus orígenes y evolución. La meta es darle a su presente la máxima dimensión posible y hacer de sus políticas no meras decisiones de una persona, grupo o partido sino el cumplimiento de un destino, de ese que “el dedo de Dios escribió”.
La Epica del Viejo Régimen.- Para todo propósito práctico y desde 1940, el antiguo régimen priísta impuso una política de derecha, pero su discurso buscó negar el hecho y presentar a las diferentes administraciones PRI como las herederas naturales, lógicas, de todos los esfuerzos que a lo largo de la historia mexicana se han hecho para romper con las injusticias del pasado y dotar al país de un sistema de poder cuya finalidad era la construcción de una sociedad menos inicua. La oposición de izquierda casi siempre le negó –y le sigue negando-- al priísmo el derecho a reclamar para si la legitimidad que irradian los héroes más identificados con las causas populares, pero al final de cuentas los libros de texto escolares –una de las mejores vías de socialización en la cultura cívica que el poder considera apropiada— fueron elaborados por el gobierno y ahí se legitimó al sistema de poder existente con la sangre de unos mártires que la izquierda reclamaba como exclusivos.
La izquierda y los priístas se disputaron –y se siguen disputando— el derecho a ser vistos como los legítimos herederos de la esencia de la historia heroica mexicana, pero a la vez no tienen mucha dificultad en identificar cual es la esencia de esa historia, pero la derecha sí. En el origen esta el México indígena, las civilizaciones originales, que a una buena parte de la derecha le han parecido muy secundarias en su contribución al México de hoy frente a la civilización científica, cristiana en su variante católica, de los conquistadores españoles. En contraste, el nacionalismo de la Revolución Mexicana convertida ya en nuevo régimen, proclamó a lo indígena –más al pasado que al presente— como una esencia de lo mexicano tan importante como la europea y pocas veces mostró entusiasmo real por el hispanismo, aunque, en la práctica, lo anterior no impidió que el régimen siguiera marginando, humillando y explotando a lo que quedaba del México original o profundo. Hoy la izquierda, que ya dejo su obsesión por el proletariado, es la más entusiasta defensora de la autonomía indígena y la derecha priísta y panista sus enemigos más efectivos.
El autoritarismo oligárquico del Porfiriato tuvo dificultades en asimilar al movimiento de independencia de 1810 –un buen indicador fue la forma como organizó en 1910 el desfile histórico del Centenario, donde lo importante no fue el inicio rebelde sino la negociación de los contrarios que llevó a la consumación de la independencia—, pero para el autoritarismo populista del PRI ya no hubo ningún problema al respecto; incluso alguno de sus presidentes llegó a identificarse con Morelos, “el siervo de la Nación”. En realidad, a la derecha, tan identificada con el término “orden y respeto”, le debía quedar como anillo al dedo una gran empatía con un personaje como Félix María Calleja del Rey (1755-1823), militar español defensor efectivo, inteligente y arrojado del orden establecido frente al embate de las chusmas irrespetuosas y destructoras de los insurgentes, pero en la práctica ha preferido una tímida cercanía con un personaje menos contundente, con Agustín de Iturbide. Como sea, la derecha sigue teniendo problemas con la independencia.
El siglo XIX se resume tanto para el priísmo como para la izquierda en el culto a los “Niños Héroes”, en el repudio a Santa Anna y en la elevación de Juárez al centro del panteón de los héroes. Frente a la voluntad de hierro del caudillo oaxaqueño, indígena y liberal, por combatir a los conservadores y a los franceses, sus seguidores siguen dejando a un lado la discusión del tratado MacLane-Ocampo o la dureza juarista frente a las comunidades indígenas y sus propiedades. Lucas Alamán –el más brillante representante del conservadurismo del siglo XIX--, en su desesperación por encontrar salida al caos de su época, no dudó en unirse a Santa Anna, pero la derecha posterior ya no encuentra ningún atractivo en hacer suyo a ese veracruzano al que Enrique Krauze llamó “el seductor de la nación”; tampoco se identifica públicamente con Maximiliano, el Habsburgo liberal, ilustrado y soñador, que llegó de Austria para hacer de México una monarquía, fracasó y murió fusilado en Querétaro. Quizá Porfirio Díaz tiene muchos aspectos que son admirados por la derecha –desde luego su pasión por el orden y el respeto, su política económica, su capacidad para manejar al “México bronco”, etcétera--, pero una derecha democrática no puede aceptar públicamente ninguna identidad con el gran héroe nacionalista del 2 de abril que se convirtió en dictador.
El priísmo se sigue presentando como el heredero principal de todos los caudillos y soldados que hicieron la Revolución Mexicana, sin distinción. La izquierda hila mucho más fino y no revuelve a los revolucionarios, discrimina; de un lado pone a los radicales: los Flores Magón, Zapata, Villa o Cárdenas (no importa que originalmente fuera atacado por los comunistas) y del otro a los que frenaron a la revolución: Carranza, Obregón, Calles o Avila Camacho. Con Madero la izquierda tiene problemas, pero justamente por esa razón el foxismo es más receptivo frente al personaje, pues se identifica con su pasión por la democracia política aunque posiblemente no con su llamado a las armas y a la movilización de las “clases peligrosas” (Villa, Orozco, etcétera).
A la derecha le atraen los cristeros –ahí hay elementos para una épica— pero no los acepta abiertamente. La épica del PRI se detiene en 1940 en tanto la izquierda mantiene su apego a los movimientos de resistencia y rebeldía de la postrevolución: sindicales, campesinos, estudiantiles y guerrilleros. La derecha y el PRI, herederos del anticomunismo, no puede verlos con simpatía.
La Tarea.- Todos tenemos que revisar y revalorar el pasado a la luz de los actuales valores democráticos y la cercanía con Estados Unidos, pero quizá sea la derecha, en particular su ala democrática y hoy en el poder, la que tiene por delante la mayor de las tareas. En efecto, el grupo que hoy esta al frente del gobierno necesita elaborar un discurso y un proyecto de nación que vaya más allá de lo práctico e inmediato --crecimiento de la economía de mercado, el orden y el respeto— para abordar su liga con la historia larga de México.

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